La calle…

Las vivencias de los niños en situación de calle, constituye un microcosmos que reproduce una estructura más amplia, una existencia disimulada, escondida, que se ubica en las márgenes de este gran espacio céntrico y urbano: la existencia de una familia marginal, desposeída, de una comunidad carenciada.

Este recinto urbano es tramposo, rico y generoso pero también peligroso y expulsivo, atrae a una gran cantidad de niños de barrios periféricos de la ciudad de Santa Fe. Ellos deben afrontar en él un “ganarse la vida” que se adelanta en sus vidas, los interpela precozmente y los empuja a prácticas impropias para su edad.

La calle, es un lugar susceptible de ofrecer al niño recursos materiales, o de orden simbólico y social, este espacio lo ayuda a sobrevivir, a socializarse y reproducirse o lo lleva hacia un circuito de delincuencia y de marginalidad. La experiencia cotidiana y extensa de permanencia en la calle no pasa por la vida de los niños sin dejar rastros.

Cuando uno piensa en un niño de la calle, enseguida se representan y surgen imágenes, sentimientos, etc., impregnando de determinadas connotaciones valorativas, que tienen que ver con una carga simbólica asociada al niño como sujeto de derecho.

Nombrar a un niño de la calle implica decir que son personas situadas en un espacio físico común “la calle” y ella da cuenta de las circunstancias históricas y sociales de su vida. Representan también aquella parte de la población de niños que viven y hacen de la calle su lugar.

De todas formas la calle es un espacio hostil en el que pueden ser explotados, despreciados o rechazados, en donde ven comprometida su salud física y mental. Ellos tratan de sobrevivir cada día, por lo cual aprenden un lenguaje particular, conductas y reglas que representan el lugar donde se juntan.

Por eso estos niños originan sus propios códigos que funcionan como leyes de carácter instrumental, como cosas que están permitidas o prohibidas, y legitiman a aquellos que los cumplen.